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#130 • Junio 2017 Año VIII Arquitectura Art-decó Barrios Beaux-arts Calles Francés Hispánico Inglés Tudor

Muestrario

por Enrique Espina Rawson / Fotos: Iuri Izrastzoff
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A principios de los años 20, ya casi un siglo, la zona comprendida entre Coronel Díaz, Santa Fe, Pueyrredón y Las Heras, vagamente mencionada como Palermo y más recientemente como Recoleta -según convenga publicitarla- estaba casi despoblada. Antes del 900 habían existido mataderos -los menciona Borges- y por emplear sus términos, era territorio incierto. Numerosos terrenos eran baldíos, y otros modestas quintas de verdura. Recién a fines de esa década, muchos encontraron en ese futuro barrio sin nombre la oportunidad de edificar a valores razonables, en una zona cercana al centro y de muy buen ver. Tenía -y afortunadamente tiene aún- una ventaja: la ausencia de transporte público en sus calles. El tránsito circulaba, y lo sigue haciendo, por la periferia. Eran calles empedradas -asfaltadas hoy- de barrio familiar, pero claramente en ascenso, como puede verse en las excelentes residencias particulares que aún perduran, apretadas entre los deplorables edificios de las décadas del 60 y 70 que tantas veces lamentamos.

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La importante casa de Virasoro en la calle Agüero 2038, que ya hemos comentado, fue quizás la que inspiró a la abundante arquitectura decó que subsiste con gallardía diseminada aquí y allá, entre los estilos predominantes de la época. Uno es el clásico petit hotel francés, con presencia en todos los barrios de Buenos Aires, otro el hispánico o colonial, que respondía ideológicamente a la llamada restauración nacionalista, otro el Tudor, y, por supuesto, el decó. Si bien hay ejemplos de estos estilos a poco que se los busque, lo extraño es que en pocos metros de la calle French antes de su cruce con Agüero encontremos, casi uno al lado del otro, los cuatro ejemplares necesarios para esta demostración práctica.

En el 2833 de esta calle, vemos un simpatiquísimo edificio de departamentos, planta baja y dos pisos, estrictamente art-decó, con ancha entrada para autos que deja ver un soleado jardín al fondo, lo que le da un aire luminoso que no suele acompañar a sus congéneres de estilo, a veces algo sombríos.

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Pegada a esta casa, se halla otra, sin número, fiel a las premisas del nacionalismo, que buscaba sus fuentes en el renacimiento español.

Parece hallarse bastante abandonada, la fachada muy sucia, persianas cerradas desde hace añares, al parecer, cubren las angostas ventanas, pero, entre su evidente decadencia sobresale un aristocratizante escudo de armas, que seguramente, en su momento, habrá sido el comentario de los vecinos de la cuadra.

Quizás para competir con los hidalgos castellanos de la calle French, enfrente, en el 2810, se asentaron unos no menos distinguidos caballeros en una residencia Tudor que -para no ser menos- ostenta su desafiante escudo en la fachada.

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Y finalmente, sin beligerancia alguna, adosada a la mansión inglesa, en el 2802, está la muy agradable y fina residencia francesa, encarnada en este sobria casa de dos plantas, con entrada principal en la ochava, y para coches y servicio sobre Agüero, que, por su fina terminación y buen gusto, podríamos considerar el ideal de la alta burguesía de entonces.

Y así, en pocos metros tenemos el muestrario completo de como se construía en esa época, en la cual, a pesar de las diferencias estilísticas, su denominador común estaba fundado en la calidad de los materiales y la idoneidad de los profesionales y artesanos que las construyeron.

Así, hoy, podríamos considerar a aquellas casas que en Buenos Aires se podían contar por millares, casi como pequeños palacios, en los que, entonces, la vida transcurría de otra manera, en la continuidad pausada de los días, en la tranquilidad del barrio sin nombre.

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