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#12 • Junio 2010 Año I Calles Curiosidades

Copérnico

por Enrique Espina Rawson / Fotos: Iuri Izrastzoff
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Esta pequeña calle de Buenos Aires lleva el nombre de un médico, matemático, físico, canónigo católico, diplomático, economista, doctor en derecho canónico y a ratos astrónomo amateur, que nació en 1473 en Polonia, y se llamaba Nicolás Copérnico.

Se lo recuerda exclusivamente por esta última afición de ratos perdidos, ya que a través de ella logró, dando coherencia y unificando distintas y antiguas especulaciones, dar fin a la teoría de un cosmos geocéntrico y abrir paso definitivo a la concepción del universo heliocéntrico.

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Esta obra capital, fue publicada en el año 1543, bajo el desabrido título  “Sobre las revoluciones de los orbes celestes”, universalmente “De Revolutionibus”. Es fama que el primer ejemplar fue puesto en sus manos el 19 de febrero de ese año, pocas horas antes de su fallecimiento.

Esta obra había sido terminada años antes, y diversos y poderosos nombres, entre los que no faltaban obispos católicos, le urgían su publicación. Copérnico no era hombre dado a las imprudencias, y vaciló mucho tiempo antes de autorizar su impresión. Sus teorías tanto podían conducirlo a la gloria como al patíbulo. Evitó la incertidumbre con dos cautas decisiones. La primera, dedicar la obra al papa Pablo III, ensalzando las múltiples ventajas con que su sistema beneficiaría la correcta medición del tiempo y las predicciones astronómicas, y la segunda, fallecer -como dijimos- el mismo día que su obra se dio a conocer al público.

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En el 2005 un equipo de arqueólogos polacos descubrió sepultados en la Catedral de Frombock unos restos que, según antiguos testimonios, podrían ser de Copérnico. Un pelo, también atribuido al astrónomo, apareció en unos manuscritos. Comparado el ADN entre ambos hallazgos, se estableció que pertenecían a la misma persona. Expertos de la policía, sobre la calavera hallada, confeccionaron un retrato computarizado, y resultó idéntico a un retrato de época de Copérnico. Así fue como, novelescamente, Nicolás Copérnico fue vuelto a enterrar hace pocos días, en solemne ceremonia, en la Catedral de Frombork.

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Pero hubo un homenaje casi desapercibido que un grupo de extranjeros realizó a la memoria de Copérnico, significando su nombre como símbolo de patria y de redención. Poco nos cuesta imaginar a este grupo de polacos exiliados, hombres de impermeables y rostros adustos bajo los sombreros, y mujeres sin maquillaje, de caras lavadas, con vestidos pasados de moda y zapatos hombrunos, parados en pesado silencio frente a una modesta placa de la calle Copérnico de Buenos Aires.

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Es el año 1943. Polonia ya ha sido destruida, aniquilada y devastada por los nazis primero, y terminada de demoler entre estos y las tropas comunistas después. Un fantasmal gobierno polaco en el exilio languidece en Londres, y grupos de polacos dispersos por el mundo, como este de Buenos Aires, viven pendientes de las informaciones de las batallas que se libran tan lejos de ellos.

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El acto ha sido tolerado de mala gana por el gobierno de esos años, de manifiesta simpatía por el Eje, y la redacción de la placa debió ser sometida a múltiples depuraciones. Su lacónico texto, no obstante su objetividad, traduce la esperanza y la fe de un pueblo heroico y combativo.

No hay discursos, casi ni se habla. Ojos enrojecidos leen: “Homenaje al gran artista polaco Nicolás Koperniko en el IV centenario de su muerte. 1543-1943- Instituto Cultural Argentino Polaco- Unión de los Polacos en la Argentina”.

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Copérnico limita en Gelly y Obes, y, fatalmente, en Galileo.

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