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#12 • Junio 2010 Año I Curiosidades Historia Monumentos

Columna meteorológica

por Enrique Espina Rawson / Fotos: Iuri Izrastzoff
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El 17 de Mayo de 1910, atracaba en el puerto de Buenos Aires el crucero acorazado “Kaiser Karl VI”. Traía a su bordo la delegación del entonces Imperio Austro-Húngaro que participaría de los festejos del Centenario de la Revolución de Mayo, asumiendo la representación de Su Apostólica Majestad Imperial y Real por la Gracia de Dios Emperador de Austria, Rey de Hungría y Bohemia, de Dalmacia, Croacia, Eslovenia, Galitzia, Lodomeria e Iliria, Rey de Jerusalén, e infinidad de títulos más, el Emperador Francisco José.

Un dato curioso: en ese 1910, el Emperador llevaba ya 62 años en el trono de Viena, vale decir que había asumido su reinado en tiempos de la dictadura de Rosas, nada menos…

El imponente acorazado traía en su bodega el curioso monumento conmemorativo de la Revolución que la comunidad austro-húngara donaba a nuestro país, y que hoy se encuentra emplazado en el Jardín Botánico: la Columna Meteorológica.

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Pero antes digamos que la Embajada Austro-Húngara estaba ubicada en el mismo solar que hoy ocupa el Palacio Estrugamou, en Esmeralda y Juncal. Fue donada al Emperador por Nicolás Mihanovich, generoso mecenas y empresario oriundo de Croacia, quien en agradecimiento lo nombró Barón Mihanovich von Doskidol.

Después de la guerra, y la desaparición del Imperio, los herederos de Francisco José no pudieron tomar posesión de la herencia por un error formal: no existía aceptación notarial de la donación. La residencia volvió a poder la familia Mihanovich.

Volvamos a la Columna Metereológica. Esta ofrenda fue colocada en pleno centro de Buenos Aires, en una plazoleta que entonces existía en Perú y Alsina, (desaparecida a raiz de la apertura de la Diagonal Julio A. Roca o Diagonal Sur), el 7 de noviembre de 1910.

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El acto en que se colocó la primera piedra de la columna contó con la presencia del embajador austriaco, del Ministro del Interior, Dr. Indalecio Gómez, de numeroso público y de una banda militar. Las crónicas de época dan algunos detalles pocos significativos, señalando que la primera piedra de granito gris procedía de la cantera Hans Vildi, de Nebresina, que la columna, de siete metros de alto, de granito y bronce “será provista de los instrumentos más perfeccionados”, y que el costo total ascendería a 42.000 mil coronas, equivalentes a 20.000 pesos argentinos, integrados por los residentes austro-húngaros,

Los “instrumentos más perfeccionados” brillan hoy por su ausencia, y, al parecer, estaban colocados en los ocho paneles rectangulares que se aprecian a media altura de la columna.

También han desaparecido los emperadores, y el mismo Imperio, dividido después de la Primera Guerra en Austria, Hungría y Checoslovaquia. Seguramente el imponente acorazado “Karl VI” duerme su sueño final bajo las aguas del océano, cien años después de aquel Centenario que lo vio llegar orgullosamente empavesado a las aguas del Río de la Plata.

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Pero no solamente la ingenua “columna meteorológica”, aún sin sus perfeccionados instrumentos, quedó en Buenos Aires. Según informes del Ministerio de Marina austriaco, se denunció que 3 suboficiales y 14 marineros desertaron de la nave, estableciéndose seguramente en Buenos Aires. Imposible saber que fue de esos hombres, ni que suerte corrieron en nuestra patria. Lo cierto es que se incorporaron a nuestro pueblo hace un siglo, sin duda en busca de un destino mejor que el que vislumbraban en su país. ¿Cuántos lo habrán conseguido?

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