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#12 • Junio 2010 Año I Arquitectura

Transbordador

por Enrique Espina Rawson / Fotos: Iuri Izrastzoff
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Hasta no hace muchos años, en el barrio de la Boca, el pintoresquismo se daba en estado natural. Como el arte imita a la naturaleza, la leyenda inspira al turismo, y así hoy vemos como el antiguo barrio se va pareciendo más a su ideal, sabiamente codificado por organizadores de tours. Al ya lejano artilugio de atribuir al “Caminito” boquense la paternidad del famoso tango de ese nombre, se van agregando detalles de color local, que si no son ciertos merecerían serlo. Así vemos parejas bailando tangos en sus veredas, y se rumorea que pronto se organizarán duelos a cuchillo, con el auspicio de una importante empresa internacional.

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Pero vamos algo más atrás. Hasta hace medio siglo era posible cruzar el Riachuelo en la plataforma móvil del “puente” Nicolás Avellaneda; que-¡atención!- no es el puente Nicolás Avellaneda y que también tenía una plataforma móvil. Trataremos de desenredar esta madeja, creada por las funciones y los nombres superpuestos.

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El puente “Nicolás Avellaneda”, por el que todos hemos cruzado infinidad de veces fue inaugurado en 1940. Sabemos que su sección central es móvil, y que en oportunidades se abría en dos alas metálicas para permitir el paso de barcos de gran porte. Lo que muchos no saben, pues era de uso prácticamente exclusivo de los vecinos de la zona, es que en su parte inferior, es decir, a nivel del suelo, funcionaba un transbordador, que era utilizado por gente que vivía en la otra orilla, y carros que, por ser de tracción a sangre no podían transitar por el puente.

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Pero no queremos ocuparnos aquí del puente, que bien merece una nota, sino del mal llamado “puente Avellaneda”, y que en realidad se trata de esa enorme construcción negra, que como un gigantesco mecano dibujado en tinta china, apoya sus bases en ambas márgenes del Riachuelo. Este portento, de más de 40 m de altura, no es ni fue nunca un puente, y es uno de los ocho que quedan en el mundo. Es simplemente la estructura de hierro que sostiene un transbordador de funcionamiento similar al de su homónimo, pero mucho más antiguo. Es decir, una plataforma móvil de 8 x 12 m destinada igualmente a transbordar personas y cargas desde la Boca hasta la llamada Isla Maciel, partido de Avellaneda, y viceversa.

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Esta plataforma, impulsada por motores eléctricos, pendía de la estructura, colgando de cables de acero, sin tener contacto alguno con el agua. Su construcción, otorgada al entonces Ferrocarril del Sud por ley 4821, del 10 de octubre de 1905, demoró nueve años, ya que se inauguró en 1914, con grandes celebraciones. Las piezas, traídas de Inglaterra y armadas como un rompecabezas, debieron ser asentadas sobre columnas fundadas sobre ocho basamentos de hormigón, a 26 metros de profundidad.

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Funcionó hasta 1960, quedando luego como una fantasmagórica visión, tantas veces plasmada en las pinturas de Quinquela. Se habló de su rehabilitación, de vez en cuando se efectúan algunas reparaciones para evitar daños mayores y hasta se lo puso en funcionamiento una vez no hace mucho. En algún tiempo funcionó allí un teatro de verano, y hasta alguien imaginó un restaurante en su parte elevada. Su imagen de esqueleto prehistórico, emblemática como ninguna otra en ningún otro barrio y difundida en infinitas fotografías y filmaciones en todo el mundo, está unida para siempre al antiguo barrio xeneise.

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