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#166 • Junio 2020 Año XI Beaux-arts Francés Paisaje Patrimonio

Plaza Hotel

por Enrique Espina Rawson / Fotos: Iuri Izrastzoff
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Plaza Hotel Buenos Aires

Da pena verlo, como tantos otros grandes edificios de Buenos Aires. Hace poco nos ocupamos de Harrod´s, y hoy tenemos que hacerlo con este, que es mucho más que un hotel, para la historia y la identidad porteña.

Plaza Hotel Buenos Aires

Podríamos hablar largamente de las personalidades extranjeras que se alojaron allí en su paso por Buenos Aires.

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Algunos nombres ya olvidados, otros legendarios como el Príncipe de Gales, el Maharajá de Kapurtala, Ana Pavlova, María Félix, Claudia Muzio, Bing Crosby, Enrico Caruso, Tyrone Power, Lana Turner, Teodoro Roosevelt, Alain Delon, Beniamino Gigli, Jascha Eifetz, Jack Dempsey, Pavarotti, María Callas, Charles De Gaulle, Nijinsky son algunos de la seguramente casi interminable lista de quienes pasaron en más de un siglo por sus puertas, hoy clausuradas desde hace cuatro años por inciertas obras que nunca finalizan.

Plaza Hotel Buenos Aires

La construcción del Plaza fue encargada por don Ernesto Tornquist, prominente banquero, filántropo y  gran emprendedor de la city porteña al arquitecto Alfredo Zucker, comenzando las obras en marzo de 1907.

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Zucker era un arquitecto nacido en Prusia, que vivió años en Nueva York, donde diseñó icónicos edificios que siguen en pie hasta el día de hoy, y se radicó posteriormente en nuestro país.

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Si bien la construcción se realizó en los plazos previstos, Tornquist no pudo verla finalizada, ya que murió el 17 de junio de 1908. Pero alcanzó a ver crecer la estructura de hierro, inmensa para la época, desde las ventanas de su dormitorio, ya que residía en la esquina de enfrente, Charcas (hoy Marcelo T. de Alvear) y Florida, en el solar que después ocupó la famosa mueblería Nordiska.

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El Plaza Hotel fue inaugurado el 15 de julio de 1909, con la presencia del tout Buenos Aires, encabezado por el Presidente de la Nación, Dr. José Figueroa Alcorta.

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El edificio, indudablemente  academicista francés, con clásicas mansardas de pizarra, molduras, balaustres y cartelas, pero también con un cierto aire más severo estilo nórdico, ocupa una manzana irregular delimitada por San Martín, Marcelo T. de Alvear, Florida y Pasaje Corina Kavanagh.

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La construcción de planta baja y un piso que ocupa la esquina de M.T. de Alvear y Florida, con entrada de autos y locales al exterior, fue realizada una década después por los arquitectos Giré y Molina Civit, siguiendo el estilo preexistente.

Plaza Hotel Buenos Aires

En la planta superior se ubicó el salón Colonial. Podría decirse que en los tiempos de su inauguración, y mucho más, el Plaza fue casi un edificio autosustentable. Tenía su propia panadería, lavadero, tapicería, fábrica de hielo, pastelería, ebanistería, imprenta, taller mecánico, sastrería, tintorería, y hasta guardería para los niños hijos de las empleadas. No se habían inventado todavía los niñes. En fin, una ciudad. Por supuesto, no era sólo la fama internacional la que hacía del Plaza el gran hotel por excelencia. Sus salones y su comedor, el grill-room fueron los ambientes preferidos para grandes comidas, agasajos, bailes o simplemente tomar una copa.

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En su gran comedor la casa Odeón, los artistas nacionales, empresarios teatrales y de las radios, ofrecieron a Carlos Gardel en octubre de 1933, una cena de agasajo antes de su viaje a Europa y EE.UU.

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Uno más, que sería el último. Una anécdota, volviendo a la esquina de Alvear y Florida. Se cuenta que Tornquist, de un momento a otro, y en plena construcción, hizo modificar los planos del edificio, anulando toda un ala del edificio, y dejando vacío el lugar que una década después ocuparon los locales y el Salón Colonial arriba mencionado.

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Muy molesto, el arquitecto Zucker inquirió las razones de aquel intempestivo y oneroso cambio. Tornquist se limitó a llevar al severo arquitecto hasta el frente de su casa, y señalándole una ventana de su residencia, le explicó con voz pausada que ese era su dormitorio, y que exactamente por ese ángulo entraba el sol a la tarde, que tanto disfrutaba su mujer, doña Rosa Altgelt, mientras tejía en su sillón. “Si edificamos más de dos pisos allí, se quedará sin sol y no quisiera molestarla”- finalizó.

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