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#165 • Mayo 2020 Año XI Cultura Edificios Fundadores Patrimonio Personajes

Suipacha 1444

por Enrique Espina Rawson / Fotos: Iuri Izrastzoff
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Es una de las tantas buenas casas de Buenos Aires que, sin llegar a ser una mansión, merecería la etiqueta de residencia. Sucede que no es el convencional petit-hotel, no tiene entrada para coches, y hasta la minúscula puerta de cuarterones parece asimilarla a su importante vecino, el Palacio Noel, Museo de Arte Hispanoamericano Isaac Fernández Blanco, en el cual tuvimos el privilegio de presentar el libro de Fervor x Buenos Aires, hace exactamente un año.

No podríamos decir que tiene un estilo hispano, tampoco que no lo tiene, y el primer golpe de vista parece dar por cierto que es todo un mismo edificio.

Quizás por una especie de profecía autocumplida, desde hace unos años efectivamente lo es, ya que funciona como Biblioteca del Museo.

Fue la casa de Oliverio Girondo, escritor y poeta, ah!… y abogado, profesión que le sirvió para colgar el título en la pared, y nunca ejercerla. Girondo, nacido en Buenos Aires en 1891, era un hombre de fortuna, y se educó en Europa, adonde volvía todos los años, pasando allí largas temporadas. Se recibió de abogado en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires.

Luego de algunas incursiones sin pena ni gloria por la dramaturgia, publica en 1922 sus “20 poemas para ser leídos en el tranvía”, poemas estos que tuvieron una gran repercusión por su ingenio, su visión desenfadada y descontracturada, con algo de surrealismo y audacia en el lenguaje, inusuales para la época.

Se suma en ese año a “Proa”, relacionándose con Raúl González Tuñón, Jacobo Fijman, Jorge Luis Borges, Xul Solar, Macedonio Fernández y tantos más, como posteriormente, en 1924, lo haría con la revista “Martín Fierro”. En suma, era ya un solterón “bon vivant”, muy elegante, seductor, y experto en lides amorosas, cuando en 1926, en el transcurso de una cena de homenaje a Ricardo Güiraldes, conoce a la bellísima joven escritora Norah Lange, quien sería su compañera de toda la vida, y quien, a su muerte, unos años después de la de Girondo, donaría la casa, y la biblioteca a la ciudad de Buenos Aires.

La obra de Girondo, admirada y criticada, no fue muy extensa, pero si, ciertamente, significativamente personal. En 1932, publica “Espantapájaros”, luego de una inusual propaganda que causó gran revuelo en Buenos Aires.

Hizo pasear un coche fúnebre con una escultura de papel maché, de tamaño natural, que representaba un personaje de frac, galera y monóculo (corporización del espantapájaros), que se conserva, hoy día, en el Museo de la Ciudad. En 1940, aparece “Nuestra actitud ante el desastre”, reflexiones sobre la tragedia de la Segunda Guerra Mundial, para volver en 1942 a la poesía, con “Persuasión de los días”, y “Campo nuestro” en 1946, y finalmente, en 1953 “En la masmédula”.

En 1933 se instala definitivamente con Norah, en la casa que nos concierne, y celebran su matrimonio diez años después.

En esta residencia era habituales las generosas y divertidas reuniones con la gente del ambiente artístico y teatral, recordándose hasta hoy algunas muy especiales, como la celebrada cuando Norah publicó “45 días y 30 marineros”, a la que asistieron todos disfrazados de marinos y Norah de sirena. Entre esos todos, estaban Federico García Lorca, de paso en Buenos Aires, y Pablo Neruda. Allí nació esa entrañable amistad entre ambos, trágicamente finalizada con el atroz asesinato de Federico en Granada, que tan hondamente repercutió en sus amigos del Río de la Plata.

Finalizada la guerra, Oliverio y Norah volvieron varias veces a Europa, hasta que en 1961, un desafortunado accidente automovilístico dejó postrado a Oliverio. No disminuyó su actividad, recibía como siempre a sus amigos, y se dedicó a la pintura, aunque nunca quiso exhibir sus obras. Girondo falleció en 1967, y Norah cinco años después.

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