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#84 • Junio 2013 Año IV Escritores Fundadores Patrimonio

Evaristo Carriego

por Enrique Espina Rawson / Fotos: Iuri Izrastzoff y archivo
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Carriego

Evaristo Carriego no alcanzó a vivir 30 años (nació en Paraná en 1883, y murió de tuberculosis en Buenos Aires en 1912), y publicó un solo libro: “Misas Herejes”. Siempre fue considerado, con estricta justicia, un poeta menor, y si, además, tenemos en cuenta su breve existencia, es notable que se haya escrito tanto sobre él.

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Sus versos se publicaban habitualmente en “La Protesta” y “Caras y Caretas” y alcanzaban rápida y larga resonancia en los lectores, que se convertían en los principales divulgadores de su producción. Podría afirmarse que, trasladado al ámbito ciudadano, pasó con sus versos lo que había sucedido cuarenta años atrás con el “Martín Fierro”, que era leído con recogimiento en la silenciosa rueda de los fogones camperos. El mismo Carriego, como ocurrió también con José Hernández, era una figura popular, querida y reconocida por la gente.

Frecuentaba la famosa tertulia de “Los Inmortales”, siempre vestido de negro y cubierto por un sombrero calañés, y tenía sus mentas de hombre decidido, con un altísimo concepto de su propia persona. Su mayor mérito literario consistió en descubrir lo que todos sobradamente conocían: el barrio y sus personajes.

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Habitante de Palermo -casi una desolación por esos años- observó con detenimiento y ternura a su alrededor, rescatando para siempre a quienes eran simplemente parte del paisaje, figuras y cosas cotidianas casi invisibles a fuerza de estar, como la costurera, el zapatero, el ciego que fumaba en el umbral, el organito que recorría las calles, la vecina, la lluvia en el patio…

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Un buen día Carriego se dio cuenta, como señalaba Borges con acierto, que la poesía y la vida no estaban en las hazañas de los mosqueteros, ni en las empolvadas marquesas versallescas de Darío, sino que pasaban frente a la ventana de su casita de la calle Honduras, de la mano del vendedor de diarios, o del compadre de lengue y alpargatas que salía mirando con recelo del almacén de la esquina.

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Toda la obra dispersa de Carriego fue reunida luego de su muerte por un grupo de amigos, que la publicaron como “Obras completas”, y que obtuvo una enorme difusión. Su poesía dejó una larga estela de sentimentalismo que fue recogida por su heredero natural: el tango.

Y también por algunos recitadores o glosadores, así se los llamaba, de cierta fama hasta no hace muchos años que, desdichadamente, bastardearon su despareja producción divulgando hasta el hartazgo sus páginas menos felices.

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Recordamos en este momento (para desmentir su título) un tango de Cadícamo “De todo te olvidas”; y agregamos “Quien tuviera dieciocho años”, de Barbieri; “Viejo ciego” de Piana y Manzi, y “El último organito” de Homero y Acho Manzi, de vasta y merecidísima repercusión popular, todos ellos directamente vinculados explícita o implícitamente  a Carriego. Los dos primeros en versiones de Carlos Gardel, y el último por la memorable dupla de Anibal Troilo con Edmundo Rivero.

La casa de Carriego estaba -y está- no demasiado lejos de la casa de los Borges, que vivían en la entonces calle Serrano, y en la que muchos domingos, después de las carreras, se reunía el padre de Jorge Luis -también entrerriano- con algunos amigos, entre los cuales se contaban Alvaro Melián Lafinur, y Alfredo Palacios.

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Evaristo solía recitar a Almafuerte ante la mirada absorta de Georgie, quien, según contaba, se conmovía ante ese torrente verbal, sin entender absolutamente nada de su significado.

Jocosamente Borges aseveraba, que Carriego, en momentos de efusión abrazaba a su padre diciéndole: -¡Aquí estamos los dos entrerrianos!- y que este, en un tono irónico que le era característico asentía cómicamente con fingida seriedad: -¡Así es! Y, como todos los entrerrianos que pueden, vivimos en Buenos Aires…-

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En 1930 Borges publica con el simple título de “Evaristo Carriego” estos recuerdos de infancia, unidas a una inevitablemente breve biografía del poeta, y un magistral análisis de su obra y del entorno que la motiva. La casa de Carriego, Honduras 3784, hoy biblioteca popular, que conserva su arquitectura original y muchos recuerdos del poeta, está en muy mal estado.

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Pareciera que la están reparando, al menos un cartel de su fachada así lo anuncia. Lo cierto es que estas aparentes obras, en la realidad real, están demoradas o suspendidas o canceladas. Es decir, no existen. Los techos de chapa están levantados en algunos lugares y, por supuesto, el agua entra a raudales, dañando los pisos y todo lo que encuentra. Se han debido correr muebles, bibliotecas, sillones para que no se estropearan definitivamente. Tal vez alguien que lea estas líneas pueda tomar cartas en el asunto y arrimar una solución antes que se pierda lo poco que queda.

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