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#128 • Abril 2017 Año VIII Art-decó Grandes Casas Patrimonio Racionalista

Córdoba 1184

por Enrique Espina Rawson / Fotos: Iuri Izrastzoff
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Este edificio de Sánchez, Lagos y de la Torre del año 1931, en la esquina de Libertad y Córdoba, es el que marca la transición hacia el modernismo de sus autores, que famosamente culminaría poco después en el Kavanagh. Entendemos por modernismo la denominación dada a una nueva mirada estética, que buscaba códigos expresivos más simples, fundamentalmente prescindiendo del ropaje exterior que hasta ese momento era imprescindible atuendo de cualquier construcción, por modesta que fuera.

Aún quedan casitas chorizo, ornadas con toda la parafernalia art-nouveau, en sintonía quizás con los arabescos artísticos-reposteriles de la afamada confitería del barrio.

Luego de la relativa austeridad del art-deco con respecto a su predecesor, surge este movimiento de líneas enérgicas que confrontan con el eclecticismo francés predominante en las construcciones de la época, y del cual esta obra es su mayor exponente, por su diseño, su suntuosidad y sus dimensiones.

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Llama la atención en el desarrollo de la fachada, el juego de volúmenes sobresalientes en algunos pisos -tres últimos de menores dimensiones que remiten quizás a las pirámides mayas-, las columnas escalonadas que sobresalen de la línea de edificación, y, por supuesto, la entrada con un imponente vano de medio punto, casi una escultura abstracta recubierta en franjas de mármol travertino superpuestas, que, como la entrada de un templo antiguo, remarca la innegable calidad del edificio.

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También podría señalarse algo en él, que fue característico en muchas obras de esos años, y que podríamos llamar “monumentalismo”.

Consistía en aparentar ser más grandes de lo que eran, elevando los remates de las fachadas. Es interesante saber que el gran terreno en que se levantó esta casa de renta, era co-propiedad de Eduardo Kavanagh, lo que quizás explica porque el Estudio Sánchez-Lagos-De la Torre, fue el elegido para planificar y llevar a cabo luego de la finalización de este, el famoso edificio de Plaza San Martín.

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Lo cierto es que hoy esta histórica obra arquitectónica ha perdido gran parte de su elegancia. Primero, por la abundancia de estupideces y frases sin sentido, que bajo la culturosa denominación de “grafittis urbanos” (¿hay grafittis rurales?) embadurnan sus muros, unidades externas de aire acondicionado, y como monstruosos insectos mecánicos, la superpoblación de antenas horribles y agresivas en su terraza.

Un dato, quizás curioso. Muchos -nosotros nos incluimos- estábamos convencidos que los tres integrantes de ese estudio de arquitectura, eran, precisamente, arquitectos. Nada de eso. Sánchez era ingeniero y de la Torre agrimensor. Adivinaron: El arquitecto era Ernesto Lagos.

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