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#51 • Octubre 2011 Año II Costumbres Gastronomía Idiosincrasia Instituciones

Confiterías (Segunda Parte)

por Enrique Espina Rawson / Fotos: Gloria Montanaro y Iuri Izrastzoff
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Los petiteros recorrían el siguiente circuito, en uno y otro sentido: Libertad y Santa Fe, donde estaba el bar Fénix; Santa Fe y Uruguay, “el” Santa Unión, confitería-bar medio aburrida y un tanto oscura, llamada con tan piadoso nombre desde el Congreso Eucarístico de 1934; el Rousillon, Santa Fe y Montevideo, la Fragata, en la esquina opuesta, que lucía en su cartel la efigie de la Fragata Sarmiento; el Jimmy´s, Callao entre Santa Fe y Charcas (así se llamaba entonces), hasta finalizar en Río Bamba y Santa Fe, en la pizzería de la esquina, que subsiste, y el “Río Bamba”, antiguo restaurante que albergaba una barra, diariamente visitada por viejos habitués.

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¿Con qué objeto? Ninguno, o casi ninguno. Simplemente espiar desde la puerta a ver quien estaba y que hacía, y a veces sentarse un minuto en alguna mesa para intercambiar algún chisme del ambiente. Esta inofensiva costumbre duró años, y los paseantes se cruzaban varias veces en sus recorridos.

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Aclaramos algo que, no por obvio, debemos dejar de señalar: los llamados “petiteros” eran todos jóvenes, digamos entre los 16 y los veintipico. Fueron tomados como símbolo de una época y de un entorno social, lo que contribuyó a darles una fama inmerecida, ya que no tuvieron credo estético -más allá de la indumentaria- ni artístico, ni social ni, en definitiva, se proponían ningún fin trascendente. Sólo ver y hacerse ver.

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Durante muchos años, dos confiterías fueron las preferidas del gran público porteño: la del Gas, denominada así en homenaje al adelanto que significó la instalación del fluido en la ciudad, y Los Dos Chinos. Estaban ubicadas en la zona céntrica, que al dejar de ser residencial, las fue apartando del circuito de las familias, que del centro fueron mudándose paulatinamente al Barrio Norte.

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Pero también estaban las confiterías que eran el alma social del barrio, como la felizmente recuperada “Las Violetas”, de Rivadavia y Medrano, baluarte tradicional de la zona, o la desaparecida “América”, conocida familiarmente como Moglia -tal era el apellido del dueño- ubicada en Santa Fe entre Larrea y Pueyrredón donde hoy funciona una galería comercial- con sus mesas de mármol en la vereda, y el discreto “salón familias” de mampara de madera y guarda en vitraux, y los consabidos maceteros de bronce con helechos en las esquinas.

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Las otras confiterías, locales dedicados a la venta de masas, postres y bombones, a veces diversificadas como panaderías, eran también preferidas según lo que se buscara, pues generalmente tenían sus especialidades. Ya hemos hablado de los panes dulces de El Molino, y no le iban en zaga las sfogliatellas o la pasta frola de, justamente, A La Pasta Frola, de la calle Corrientes (¿por qué será que cuesta tanto decir Avenida Corrientes?). Otras eran renombradas por los bombones, como Eva, cuyo local de Santa Fe entre Rodríguez Peña y Montevideo se derrumbó un día, o mejor dicho una noche (por suerte no hubo víctimas), otras por los postres, como Los Dos Escudos siempre vigente, o la desaparecida Los Dos Boulevares, de Santa Fe y Callao, frente al Aguila.

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Nombres y nombres…Lo cierto en que en cualquiera de los tipos de confiterías a que se aluda, nuestra ciudad conserva sus tradiciones, y si bien algunos de estos lugares han desaparecido, otros nuevos se incorporan y así Buenos Aires mantiene en estos deliciosos rubros un altísimo nivel de cantidad y calidad, a la par de cualquier lugar del mundo.

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