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#24 • Enero 2011 Año II Arquitectura Edificios Historia Instituciones

Club del Progreso

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Ni la palabra ni el concepto mismo de club eran de uso común en Buenos Aires (¡ni hablar del interior!) hasta la primera mitad del siglo XIX. Recién en 1841 un grupo de europeos, predominantemente ingleses, funda el Club de Residentes Extranjeros. Seguía los lineamientos clásicos de los clubs londinenses para caballeros: un lugar para reunirse, intercambiar algunos párrafos, leer los últimos periódicos llegados de Europa, y beber algún licor durante una partida de billar.

En 1846 cerró sus puertas, durante el conflicto anglo-francés, y reabrió luego de la caída del gobierno de Rosas, perdurando hasta 1981, año de su cierre definitivo. No tuvo, en verdad, durante su larga existencia, conexión íntima con la sociedad porteña, al perseverar en el módico esquema al que estaba destinado: Residentes Extranjeros.

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El primer club nuestro, con normas y costumbres nacidas en nuestra sociedad, y que afortunadamente aún subsiste adecuado a los tiempos, es el legendario Club del Progreso.

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Fundado el 1 de Mayo de 1852 por iniciativa de Diego de Alvear, hijo del vencedor de Ituzaingó, junto a un grupo de caracterizados vecinos por él convocados, fue en los tiempos posteriores a Caseros la institución generadora de políticas de acuerdos y alianzas que habrían de tener incidencia directa en los destinos del país. Su nombre “del Progreso”, no es fruto de la casualidad.

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El grabado de su emblema, en el que un aerostato sostiene un buque de ruedas a vapor, simboliza en su diseño la esperanzada visión que los porteños cifraban en esa mágica palabra, en cuya concreción todo sería posible: la educación, la industria, el transporte, las artes, y finalmente como logro concreto y positivo, una vida mejor y más digna para todos.

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En su ya histórico registro de socios figuran todos los presidentes argentinos, desde Urquiza y Mitre hasta Roberto M. Ortiz, y  también los personajes más descollantes de la vida civil, política o militar de la Nación, configurando un virtual ¿Quién es quién? de más 100 años de nuestra vida ciudadana.

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Sus salones de Victoria (hoy Hipólito Yrigoyen) y Perú se constituyeron en el centro de la sociabilidad porteña, siendo famosos sus bailes y recepciones, especialmente las dedicadas a los aniversarios de las fiestas patrias. Es mencionado en muchas páginas de la época, desde “La Gran Aldea”, de Lucio V. López, “La Bolsa” de Julián Martel, y en infinidad de artículos y escritos circunstanciales.

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Un suceso trágico vive el 1 de julio de 1896. Leandro N. Alem, sube a un coche y ordena:”¡Al club del Progreso!”. Como tarda en descender, el cochero alarmado abre la puerta, y se desploma el cuerpo inerte del tribuno. Se había suicidado. En su bolsillo se encontró una nota que finalizaba con estas palabras, transformadas luego en consigna de la Unión Cívica Radical: “¡Que se rompa pero que no se doble! ¡Adelante los que quedan! Como una reliquia se conserva la mesa en la que fue depositado su cadáver ante la consternación de los presentes.

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En 1900 el club se muda a un imponente edificio en Avenida de Mayo al 600, que podría contarse entre los más grandes y suntuosos del mundo, y tan categorizado como el Jockey Club de la calle Florida. Espléndidas salas de billar, dormitorios para huéspedes, salas de baile, de juego, magníficos baños, en fin, todo lo que tecnología y el confort de la época podían ofrecer, tenía cabida en el suntuoso establecimiento.

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Cuarenta años después debe reducirse. Los tiempos cambiaban, y nuevas formas de entretenimiento y diversión iban suplantando a las tradicionales. No obstante, el edificio de Sarmiento 1334 en el que funciona actualmente, obra de los arquitectos Lanús y Hary, es exponente de la mejor arquitectura porteña, elegante y distinguida, y en sus salones tienen cabida muchas actividades, como cursos, exhibiciones de cine, conciertos, lecturas, conferencias, sin olvidar, por cierto, los tradicionales bailes y recepciones de toda la vida.

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Cuando muchos legendarios clubs han debido cerrar sus puertas, el Club del Progreso mantiene, 158 años después, enhiesta la dinámica y la lozanía de sus mejores tiempos, lo cual constituye un motivo de orgullo para nuestra ciudad y también para quienes han sabido preservar esta inapreciable referencia de nuestro pasado.

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