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#169 • Septiembre 2020 Año XI Calles Paisaje

Jacarandá

por Enrique Espina Rawson / Fotos: Iuri Izrastzoff
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¿Por qué a las personas alegres y llamativas se las califica como jacarandosas? No es un término muy común, claro, pero tampoco tan raro. Como quiera que sea es difícil que tenga relación con el jacarandá, que no tiene para nada aspecto jacarandoso.

Por el contrario, su tronco oscuro y cascariento con ramas retorcidas y ásperas bastarían para calificarlo a primera vista como un árbol aburrido, malhumorado y reconcentrado en sus cavilaciones; es decir personificaría el antónimo de jacarandoso.

De origen sudamericano, su nombre -sin un significado muy preciso- proviene del guaraní, y es natural de nuestro país, Bolivia, Paraguay Brasil. Su madera es muy apreciada en carpintería y ebanistería. ¡Ah!, y fue declarado como árbol distintivo de Buenos Aires.

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Y esto se deba quizás a que justamente en esta época del año sus ramas se cubren abruptamente de flores lilas, y entonces, ya no vemos su desgarbado esqueleto, sino ese interminable tapiz que, según las horas del día, varía del azul al lila y al violeta embelleciendo las copas con ese tupido manto que alegra el paso de la gente.

Los turistas que arriban a nuestra ciudad ven y aprecian más que nosotros este fenómeno tan particular, aunque los porteños parecen haberlo redescubierto si nos guiamos por las infinitas imágenes que se publican de ellos en redes sociales.

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Sus encuentros con las tipas, que florecen en una sinfonía de amarillos, entregan unas paletas que nos colman de felicidad.

Podemos ver jacarandás en muchas calles de Buenos Aires, pero ninguna tiene más de ellos que la Avenida Figueroa Alcorta, donde lucen en todo su esplendor por cuadras y cuadras.

Nuestra Casa Central sobre la Avenida Quintana está también entre esas cuadras privilegiadas…

Pero todo tiene su lado negativo. En este caso puede atribuírsele a la ley de gravedad que, en su implacable atracción, dictamina que las flores que se desprenden, caigan con sus frágiles cuerpos en las veredas y calles, amontonándose por millares o millones creando una fluorescente y resbalosa alfombra.

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Toda esa belleza que contemplamos en sus horas de gloria no escapa al destino general, que a todos abarca. Kilos y kilos de pétalos son arrojados al artefacto rodante que provee el Gobierno de la Ciudad para los residuos, y los transporta hacia no sabemos donde. O preferimos no saber.

Pero el ciclo de la vida continúa, y, como todos los años, las flores lilas volverán a cubrir los cielos primero, y luego las veredas y las calles de Buenos Aires.

¿Serán las mismas que se fueron y regresan fortalecidas prometiéndose que este año no caerán?

¿Por qué no? ¿Ustedes qué piensan?-FBXA

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