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#07 • Abril 2010 Año I Arquitectura Denuncias Editorial Patrimonio

Editorial #4

por Enrique Espina Rawson / Fotos: Iuri Izrastzoff y archivo
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EL OPERA

Mucha gente se ha enterado, igual que nosotros, que el Opera, ahora se llama CITI. Pero ¿es posible? Y si, evidentemente si, cualquiera que pase por la calle Corrientes lo puede comprobar.

Nunca podríamos haber supuesto que pudiera suceder, ya que equivaldría a enterarnos que el Luna Park, por ejemplo, ahora se llama de otra manera cualquiera, o que la Plaza de Mayo pasó a ser Plaza de Agosto.

El Opera, tanto como el Gran Rex, son algo más que cines o cines-teatros, como se prefiera. La historia del espectáculo de los últimos setenta años ha pasado por sus escenarios, y cambiar sus nombres es ni más ni menos que un atentado a la memoria de Buenos Aires.

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El Opera comienza su historia en 1875, cuando era, en verdad, un teatro que competía con el Colón en la presentación de óperas y espectáculos musicales. Todas las grandes figuras de la lírica universal pasaron por sus tablas, y su fama era equiparable a la de cualquier sala del mundo.

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Cuando se ensancha la calle Corrientes y se transforma en avenida, se demuele la vieja sala, a pesar de las numerosas protestas que generó este hecho, construyéndose en 1935 el edificio actual, con capacidad para 2500 espectadores.

El monumental estilo del cine, algo así como un art-decó hollywodense, provocó infinidad de comentarios entre risueños y asombrados, y constituyó un motivo de atracción para el público, que se detenía a observar las curiosas almenas y la inmensa marquesina curva de la entrada.

Y ya una vez adentro, cuando se apagaban las luces y el techo se transformaba en una réplica del cielo, con estrellas titilantes, un murmullo de admiración corría por la sala, y había quienes por largo rato prestaban más atención a la falsa bóveda celeste que a lo que sucedía en la pantalla.

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Es que todo era grandioso, y lo era en una dimensión que el Buenos Aires de esos años no conocía, desde las torres extrañamente iluminadas con luces azules que se levantaban al costado de los palcos, hasta el maravilloso aire acondicionado que nos envolvía al trasponer las suntuosas puertas de la sala.

Por su pantalla pasaron las grandes producciones del cine, y los días de estreno se vivían como acontecimientos sociales, y el hall se poblaba con las figuras más conocidas de nuestro quehacer artístico.

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¡Y qué decir de los espectáculos…! Producciones musicales fastuosas llegadas de París o Estados Unidos, estrellas como Marlene Dietrich o Maurice Chevalier, leyendas del jazz como Louis Armstrong o Duke Ellington ocuparon su escenario, y el eco de sus presentaciones perduraba por muchísimo tiempo en los comentarios cotidianos.

¿Será entonces que tendremos que borrar el familiar nombre de nuestras memorias y acostumbrarnos a la esquemática denominación actual, totalmente inapropiada para una de las más tradicionales y queridas salas porteñas?

¿No habrá forma de dar marcha atrás con este bautismo que nadie quiere? ¿Y si hacemos llegar una amable solicitud a quien corresponda, pidiendo que no se altere de esta forma el antiguo ordenamiento de nuestras costumbres? Aceptamos -pedimos- sugerencias.—FXBA

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