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#99 • Noviembre 2014 Año V Liberty

Liberty o Floreale

por Enrique Espina Rawson / Fotos: Iuri Izrastzoff
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Si un residente del interior viajara a Buenos Aires por unos días, e intentara alojarse, tal vez por la recomendación de un amigo, en el acreditado Hotel Garay, de Rivadavia esquina Jean Jaurés, seguramente no sabría por donde ingresar al establecimiento. Sólo al rato, y tras prestar atención a un pequeño cartel ubicado en el frente, a la altura del segundo piso, se encaminaría a la entrada, situada -según el letrero aludido- en el 3113 de la Avenida Rivadavia, la otrora “más larga del mundo”.

Allí se sorprendería al comprobar que dicha entrada corresponde a una playa de estacionamiento, volvería sobre sus pasos, y tras corroborar que, efectivamente, ha ingresado al 3113, se animaría, un tanto perplejo, a preguntar al encargado del estacionamiento, sentado tras el vidrio de su habitáculo, por donde se ingresa al Hotel Garay, que se promociona con grandes -aunque cochambrosos- carteles en el exterior. Recibiría, seguramente, la información que recibimos nosotros, cuando, sorprendidos por la singularidad del edificio, recorrimos el periplo que seguiría nuestro imaginario viajero.

En síntesis: Viajeros y familias abstenerse: el Hotel Garay no funciona por el momento. Al igual que la planta baja, actualmente garage por horas, está siendo sometido a una reestructuración que contempla tanto los pisos superiores como la reinstalación de los locales originales que dan a la calle.

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El visitante, frustrado huésped, al no encontrar vestigios de las obras en cuestión, escuchará con cierto escepticismo las entusiastas explicaciones del amable empleado, agradecerá la información, y marchará con sus maletas a algún destino más acogedor, que es exactamente lo que hicimos nosotros, claro que sin las maletas.

¿Y por qué toda esta investigación? Porque nos llamó la atención el tamaño del edificio, que se prolonga sobre Jean Jaurés (en los tiempos de su construcción esta calle se llamaba Bermejo), y la relativa buena conservación del frente y la ornamentación original, que en casas de este rango casi siempre está alterada o suprimida.

Esta casa (seguramente edificio de rentas en su origen) se asimila por su estilo a otras de la zona, pero nos llama la atención no hallarla en ningún registro, ni haber escuchado su mención como dato interesante.

Tiene una firma sobre el frente que da a Rivadavia, de un ingeniero sobre el cual tampoco encontramos datos: I. Chiccio, cerca de donde debería haber estado la entrada original, luego suprimida para el extraño injerto de hotel-estacionamiento. El edificio, de gran elegancia y armonía, corresponde al art-nouveau italiano, conocido también como Liberty o Floreale, que tuvo su origen, en la Esposizione di Torino de 1902. Desde luego, esto es una convención, las cosas no empiezan de un momento para otro, como surgiendo de la nada.

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Según hemos leído, este estilo fue menos aplicado en Italia a edificios que a decoraciones y objetos, y se presume que hubo más muestras de este estilo en Buenos Aires que en su país de origen. Se atribuye este hecho al fuerte apego de ese país a las tradiciones, sobre todo en la arquitectura. Así dicen…

Por cierto, tampoco en Buenos Aires, este tipo de arquitectura fue patrimonio de la gran burguesía nacional. Es casi imposible encontrar el Art-Nouveau en los palacetes porteños del Barrio Norte y zonas aledañas. Su estilo tuvo preponderancia principalmente en los petit hotel de Congreso, Balvanera y Caballito, donde estaban afincadas las familias de la incipiente clase de comerciantes e industriales de origen itálico.

Volvamos a nuestro ex-hotel de incierto destino. Por lo que puede observarse desde la calle, la carpintería de las ventanas y el dibujo de las rejas de los balcones responde a diseños clásicos del modernismo. Por supuesto, no podemos informar sobre el interior del Hotel Garay. Presumimos que, por las características previsibles de estos establecimientos, cuya filosofía era sacar el mayor rédito posible al menor espacio posible, debe ser de imposible restauración en las disposiciones originales.

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Vale la pena señalar los rostros femeninos ubicados arriba de las ventanas. Una imperceptible sonrisa casi irónica curva apenas sus labios, y sus ojos miran de frente. No han envejecido. Vieron aparecer y desaparecer los carros y los tranvías, y también vieron las jadeantes excavadoras que abrieron el túnel para el primer subterráneo de Sudamérica, la hoy denominada prosaicamente Línea A.

Aunque ya no sorprende es de lamentar el estado de degradación de la zona -fachadas, pavimentos, luminarias, limpieza, presencia policial, todo en fin- considerando que a pocas cuadras se encuentra el Congreso Nacional -tal vez una alegoría de nuestros tiempos- algo inimaginable en cualquier importante capital del mundo.

Pero pasamos el dato a curiosos y viandantes, vale la pena observar los detalles, que sabiamente no tienen la cargazón y barroquismo de otros de similar origen, quizás de mayor fama, pero de menor elegancia. Hay algo, además, que esta vieja casona transmite. Y es tal vez simpatía, algo que nos habla de un pasado más amable, más familiar, de cosas que hemos conocido y que, entre tantas cosas perdidas, sin duda para siempre, no hemos olvidado del todo.

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