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#05 • Marzo 2010 Año I Cultura Escritores Fundadores

Bioy

por Enrique Espina Rawson / Fotos: archivo y Iuri Izrastzoff
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Más que ningún otro escritor, Bioy tuvo la suerte y la fatalidad de ser permanentemente comparado con Borges, pero el peso de la siempre creciente fama de este nunca gravitó en la íntima relación que construyeron, basada fundamentalmente en el afecto y en la compartida fruición de los juegos literarios.

Claro está que Borges sin Bioy hubiera sido lo que fue. Ya lo era de antes. No estamos tan seguros si Bioy hubiera llegado, en cambio, a ser el Adolfo Bioy Casares que todos conocimos y disfrutamos.

Lo cierto es que, durante cincuenta años fueron entre ellos Adolfito y Georgie. Comían juntos, se veían y se hablaban todos los días de Dios, veraneaban juntos y en felices ocasiones también escribían juntos pequeñas delicias como los relatos urdidos por Bustos Domecq, divertido seudónimo que también compartían.

Debemos agradecer a ambos, y esto sólo bastaría para la fama, la recopilación y selección de obras policiales-género que admiraban- para la famosa colección del Séptimo Círculo.

La producción de Bioy nos lleva desde páginas maestras a simples divertimentos intrascendentes que nada agregaron a su fama. Demasiado conocido es que en 1940 publica una pieza fundamental de su obra: “La invención de Morel”, largamente festejada por Borges. También es sabido que JLB y ABC se conocen en 1932 en lo de Victoria Ocampo, y que de ese mismo año surge la modesta primera obra conjunta: un folleto que exaltaba las virtudes del yogurt que fabricaba “La Martona”, empresa láctea propiedad de la familia materna de Bioy. No fue firmada, obviamente, pero les reportó unos cuantos y bienvenidos pesos moneda nacional.

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El primer libro de Bioy, una novela de adolescencia, tuvo su historia. Su padre luego de leerla le sugirió llevarla a la editorial Tor, que, según le aseguró, publicaba ese tipo de obras. Con la natural timidez del principiante, acercó con cierto escepticismo su novela al lugar indicado. Para su sorpresa, y tras una brevísima lectura el manuscrito fue aceptado con entusiasmo y, efectivamente, se publicó, contradiciendo las historias sobre las dificultades que debe enfrentar todo escritor novel. Sólo años después Bioy supo que la edición había sido previamente pagada en secreto por su padre.

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Se casa en 1934 con Silvina Ocampo, y el testigo del casamiento, celebrado en Pardo, provincia de Buenos Aires, fue- como no podía ser de otra manera- Jorge Luis Borges.

Podría hablarse largamente de la singular y entrañable relación que unió a estos dos hombres, a quienes separaba una considerable diferencia de años, ya que Borges era de mil ocho noventa y nueve y Bioy del 14.

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La admiración de Bioy por Borges escritor era absoluta, no obstante reirse e incluso criticarle cantidad de pequeñeces, tal como podemos ver en “Borges”, libro de memorias y observaciones chismosas publicado en 1996. Pero no menos cierto es que Borges admiraba con toda sinceridad a Adolfito, a quien no dudaba en llamar “mi maestro”.

Bioy tuvo una vida muy rica en otros aspectos. Le encantaba el fútbol, y fue un gran jugador de tenis. Su presencia en el Lawn Tenis Club, fue una constante durante años, llegando a protagonizar memorables partidos. Era también habitual verlo en alguna mesa de “La Biela”, que por estar a pocos metros de su casa le resultaba muy cómoda, conversando con gente amiga, o con cualquiera que se acercara a saludarlo, ya que era proverbial su gentileza. De esto pueden dar fe muchos escritores jóvenes que se le acercaban para exponerle sus trabajos. Hombre de natural distinción y simpatía, gran viajero, seductor impenitente de mucho, muchísimo éxito entre las mujeres, sus amoríos se contaron por años como acontecimientos sociales en el “tout Buenos Aires”.

Alcanzó la fama literaria, y los premios llegaron a él con largueza justificada, entre ello el Cervantes en 1995.

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Los últimos años de Bioy fueron muy tristes. El alejamiento de Borges para ir a morir a Suiza-según este le confesó crudamente al despedirse por teléfono, ya que no se animaron a verse- marcó el inicio de una etapa de pérdidas desgarrantes. Fallece Silvina Ocampo, y al poco tiempo su única hija es aplastada contra las rejas de un edificio en Las Heras y Rodríguez Peña por un colectivo que viola la luz roja. También tiene dificultades económicas, derivadas desgraciadamente del fallecimiento de su hija. Bioy había donado a esta su campo en Pardo, que finalmente quedó en poder de su yerno, con quien había tenido graves enfrentamientos. Este hombre, no sólo quedó en posesión de la heredad familiar de los Bioy, sino que le prohibió ver a sus nietos, por entonces menores de edad.

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Casi en completa soledad, y quebrantado anímicamente Bioy comienza a sufrir una gran declinación física, y finalmente muere el 8 de marzo de 1999 en Buenos Aires.

Muchos de sus libros merecieron fama. En nuestra consideración pesan dos. El primero, su extraordinario “Plan de evasión”. Y el otro es casi un folleto, un pequeño ensayo que casi no figura en sus catálogos, y que con tierna ironía tituló “Memoria sobre la pampa y los gauchos”.—FXBA

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