Fervor x Buenos Aires

Palomita Blanca

¿Quién no recuerda aquello de “Blanca palomita, que pasas volando, rumbo a la casita donde está mi amor…”, o la Paloma de la Paz, quizás el dibujo más conocido del mundo?

Sin hablar de la paloma bíblica con el ramo de olivo, o de las innumerables palomas que en las canciones van y vienen llevando y trayendo mensajes, cartas, recuerdos, guirnaldas, pensamientos, lazos de amor y una infinidad de elementos vaporosos y nostálgicos relacionados con ausencias e ingratitudes. “Si a tu ventana llega una paloma, trátala con cariño que es mi persona…”

Bueno. Se terminó todo eso. Se acaba de presentar en la Cámara Baja un proyecto para declarar Plaga Nacional a la paloma. Los argumentos comienzan por algo elemental: nos salen carísimas. Hay regiones donde estas onerosas mensajeras han causado daños de hasta un 60 % en los sembradíos de girasol. Si consideramos que cada una de estas aves consume un 15 % diario de su peso, no resulta difícil calcular lo que significa en términos económicos.

La cosa no para ahí. Si hay un animal sucio, es esta cándida mensajera. Sus nidos están compuestos por algunas ramas, hojas o briznas de pasto, con una ligera depresión en el centro, donde la hembra pone sus huevos. Bien, todo esto está rodeado por sus excrementos -siempre crecientes- porque una de las características poco agradables de las palomas es que comen y descomen sin parar, aunque estén caminando, haciendo el amor o volando, y sobre esto pueden dar testimonio cantidad de honestos ciudadanos ingratamente sorprendidos por esta falta de respeto aviar.

Este amasijo de los nidos es paraíso de pulgas y piojos, en fin… Una vez secos, son diseminados por el viento, y causan alergias e infecciones a troche y moche que todos padecemos. También, como si esto fuera poco, las heces palominas carcomen todo: mampostería, metales, maderas, debiendo efectuarse continuas limpiezas y reparaciones y tapan los conductos de desagüe pluvial, con los desastres consiguientes. En muchos edificios se han visto obligados a colocar mallas de alambre, o chapas con púas para evitar que aniden, pero todo es poco. Son “incorregibles” diría Borges.

En ciertas ciudades de Europa está prohibida su tenencia, e incluso se penaliza con multa el darles de comer. No sabemos que dirán los colombófilos al respecto, y suponemos que ante el daño público y notorio que nos ocasionan estas aves, no se opondrán a las medidas propuestas.

Ahora bien. Si estas miles y miles de palomas se enteran que se les cortan los víveres, ¿se organizarán como en la película de Hichtcock y se lanzarán en ataques masivos contra nosotros, sus antiguos protectores? Y otra cosa: los que venden maíz en las plazas para dar a las palomas, ¿saldrán a la defensa de sus fuentes de trabajo y harán piquetes en la Panamericana? Nada es sencillo en este mundo, ni el popó de paloma.