Fervor x Buenos Aires

Corrientes 1309

Ya se había completado el ensanche de la calle Corrientes en 1936, cuando regresan dos pintores argentinos de Francia, donde habían integrado el llamado “Grupo de París”, junto a Lino Eneas Spilimbergo, Héctor Basaldúa, Antonio Berni y Juan del Prete.

Hablamos de Aquiles Badi y Horacio Butler. Necesitan un taller donde ubicar sus caballetes para crear lo que luego fue el “Atelier Libre de Arte Contemporáneo”.

No buscan el pintoresquismo de la Boca, como era habitual hasta poco antes, sino que se instalan en un gran edificio del centro, casi en la esquina de Corrientes y Talcahuano, haciendo cruz con la mitológica Confitería Real, (hoy devenida en una de las tantas pizzerías industriales de Buenos Aires) y arriba del Ouro Preto, de los pocos bares que quedan de décadas pasadas.

Hablamos del edificio de Corrientes 1309. No lo sabemos, pero suponemos que el atelier debe de haber estado en el décimo piso, por sus ventanas de doble altura, característica de los talleres de pintores y escultores.

Seguramente la imponente fachada, con su magnífica mansarda verde, casi esculpida y coronando como un gigantesco casquete los pisos superiores les habrá recordado la recién dejada París.

El art-decó predominaba en la vanguardia arquitectónica de la época, pero no había un solo art-decó, desde luego. Este edificio, por su clasicismo, podría haber sido transplantado desde París, sin duda, y a nadie le hubiera llamado la atención.

Lo denuncia la herrería de la entrada (lamentablemente algo menguada para la imponencia del edificio), los ornamentos  bajo las ventanas, la suave curva de la ochava, la mansarda citada y los dos severos pilares que la enmarcan en el frente que da a Corrientes.

Deploramos la desproporcionada marquesina, que no es original, y que ha tapado, injustamente, el nombre del arquitecto y, quizás, el año de construcción, que ubicamos, a ojo de buen cubero entre 1930/32.

Mención aparte para el “Ouro Preto”, que subrayaba en su nombre la calidad del café brasileño.

El dibujo de sus vidrios esmerilados con palmeras y clima tropical -motivos que fueron moda en esos años como decoración en los halls de entrada de muchos edificios modernos (así se los llamaba)- hoy son inefables, y merecerían ser resguardados como pequeñas y entrañables reliquias de la intimidad porteña. Conserva el mobiliario y, como decimos, las características de la decoración ambiental primitiva. Casi un milagro.