Fervor x Buenos Aires

Embajada Británica

Toda la zona que hoy se conoce -al menos en términos inmobiliarios- como “La Isla”, hasta poco antes del 900, era la quinta de Hale-Pearson.

Era un viejo caserón, sólido y sencillo, ubicado en el centro de la barranca, rodeado por añosos árboles, y con todas las características de los antiguos cascos de las estancias criollas, ajenos aún a las sofisticaciones arquitectónicas de las grandes mansiones que vinieron después del 80.

Todo ese vasto territorio, incluida la hoy Plaza Mitre, comprendía más de ocho hectáreas, desde Agote hasta Agüero y de Libertador a Las Heras, estaba tapiado en su perímetro, y tenía varias entradas, una de ellas en Pueyrredón y Las Heras. Ayer nomás…! Esa privilegiada heredad pertenecía a Samuel Hale, un importante empresario inglés, residente en Buenos Aires y muy vinculado a los círculos sociales y políticos de su época.

Ya en la intendencia de Don Torcuato de Alvear comenzaron a abrirse calles, pero fue en 1905, durante el gobierno del Intendente Alberto Casares cuando se adquieren todos los terrenos para su posterior loteo y venta. Uno de estos amplios solares fue adquirido por Carlos María Madero para construir allí su residencia. Imponente, como sus vecinas de la Avenida Alvear, pero con algunas diferencias.

Las grandes mansiones aledañas podrían ser descriptas genéricamente como “versallescas”, profusión de mármoles, columnas, estatuas, interminables salones de techos muy altos, y en general, estaban diseñadas más para la representación social que para la vida de familia. Quizás a quienes las habitaban les hubiera resultado más fácil encontrarse en la calle que en sus hogares y, seguramente si se lo hubieran propuesto podrían pasar largas temporadas sin verse, aun viviendo bajo un mismo techo. Casi todas ellas fueron levantadas por arquitectos franceses que, por supuesto, se inspiraban en los grandes palacios parisinos.

La residencia Madero-Unzué construída entre 1914 y 1917 no. Los planos fueron encargados a arquitectos ingleses, Walter Basseth-Smith y Bertie Collcutt. Y creemos que ahí está el punto en cuestión.


Si bien es un palacio -quien podría desconocerlo- mantiene un tono de sobriedad y circunspección muy típicos de la arquitectura eduardiana en la que se fundamenta.

Las proporciones y la armonía de su diseño no necesita de frescos en los techos ni en las paredes, ni opulentos revestimientos de mármol en los muros, abundando en cambio en rincones encantadores, abiertos al paisaje natural que la rodea.

Deberíamos agregar que el amplio jardín de los fondos de la casa, fue adquirido con posterioridad, en el año 1947.

Podría, en ese sentido considerarse una propiedad única en Buenos Aires, por la vista excepcional de su ubicación, en lo alto de la barranca, sin ningún edificio que obstruya el horizonte que da al río.

Y sobretodo por una singularidad exclusiva. No tiene vecinos. Su perímetro entero da a las calles Newton y Gelly y Obes y la plaza.

No por nada nos refería el embajador Mark Kent, que se considera a esta residencia, la antigua casa Madero-Unzué como la más importante de todas las embajadas británicas en el mundo. No es poca cosa.