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#06 • Marzo 2010 Año I Historia Urbanismo

El puerto de Madero

por Pablo Cortés Gamas / Fotos: Delfina Rosell
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La percepción que tienen los porteños de Puerto Madero -el barrio más joven de la Ciudad- oscila entre un lugar propicio para los paseos y un ghetto para turistas y ricos recientes; entre una burbuja blindada por el control de la Prefectura Naval y una proeza de reciclaje, aggiornamento y celeridad en los tiempos de construcción.

Pero, a poco más de 15 años de su creación, ya se está diluyendo la prehistoria de este nuevo barrio, trazado al filo de los nombres de mujeres que llevan sus calles.

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Cuando el General Roca asumió la presidencia de la Nación en 1880, el desembarco y embarque en Buenos Aires de enseres y personas se seguía haciendo como en tiempos de la colonia: a través de alguno de los tres espigones de la ciudad o, si se trataba de un buque de gran calado, por medio de lanchones o de carretas de altas ruedas.

En su propósito de modelar para el país una grande y magnífica capital acorde con el constante crecimientoen la exportación de materias primas de origen agropecuario y llegada de inmigrantes, Roca decidió entonces conferirle a la Ciudad un puerto que estuviera a esa altura. Para ello, debió zanjar una vieja rivalidad surgida en torno a dos proyectos: el del Ing. Luis Augusto Huergo y el del comerciante Eduardo.

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El proyecto portuario del primero consistía en una serie de dársenas paralelas, separadas por muelles de 100 metros de largo, y ubicadas sobre el Río de la Plata mismo y al sudeste de la Plaza de Mayo; dichas dársenas, a diferencia del sistema de diques cerrados, estaban concebidas para absorber el creciente tonelaje de los grandes navíos (el promedio pasó de los cuatro a los diez millones de toneladas a principios del siglo XX; y pronto alcanzó los veinte.

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El proyecto de Madero –que había presentado otros dos en 1861 y 1869- emplazaba el puerto sobre el este de la Ciudad, y consistía en un canal de 21 pies de profundidad, una muralla exterior, una dársena (la conocida como “Sud”; luego se agregaría la “Norte” sobre la marcha) y cuatro diques para carga y descarga, separados por puentes giratorios. A la vera de los diques se construirían depósitos con grúas hidráulicas, para facilitar la carga y

La puja fue zanjada por una ley nacional en 1882, que dio por ganador a Madero.

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En 1884 se firmó entonces el contrato con la empresa del triunfador, para que se llevara a cabo el proyecto. Dada su importancia, del acto participaron –invitados por el presidente Roca- los ex mandatarios Mitre, Sarmiento y Avellaneda, en calidad de testigos y auspiciantes del gran paso que se daba.

El 24 de junio de 1897, las obras fueron inauguradas con el nombre de “Puerto Madero”, en honor a su mentor.

Pero sólo 14 años después hubo de comenzarse el Puerto Nuevo, dadas las insuficiencias del proyecto anterior para albergar buques del porte del que se estaban empezando a construir. La obra se inauguró en 1926, y su proyecto se había basado en las ideas del ingeniero… Luis Huergo.

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Así fue como el Puerto Madero fue cayendo en desuso y en el abandono, y con él toda la Costanera Sur, a pesar de su balneario, sus elegantes paseos y sus importantes monumentos escultóricos. Los diques pasaron a ser transitados por remolcadores, lanchones de prefectura y naves-museo, y sólo excepcionalmente por embarcaciones de un calado algo mayor; los depósitos y silos también fueron dejándose de lado.

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Antiguos alumnos del Nacional Buenos Aires recuerdan que para llegar al campo de deportes del Colegio –que sigue estando ubicado a la altura del Dique 4, entre éste y el Río- debían sortear los avatares del puente giratorio entre los diques (el cual cerraba el paso a peatones y automotores para cedérselo a las embarcaciones) y las distintas alimañas que se disputaban –o se repartían- con amabilidad los amplios espacios; todo en un marco de vías férreas y edificios abandonados, y malezas invasoras.

Esa cariñosa evocación es compartida por los antiguos jugadores del club de rugby Central Buenos Aires –que usó el predio del Nacional como campo de entrenamiento, y que llegó a jugar de local allí durante un tiempo-, mezclada con la admiración que despierta el contraste con los modernos y suntuosos edificios, que rodean las instalaciones como molinos semejantes a gigantes que acecharan su sueño quijotesco dispuesto a resistir.

Como también resiste –y no menos heroicamente- la Reserva Ecológica, después de tantos impotentes e impunes incendios, atribuibles al vandalismo, al calor excesivo o a los “intereses creados”.

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Fue finalmente en noviembre de 1989 que se acordó, entre el Gobierno Nacional y la Municipalidad de la Ciudad, constituir la corporación “Antiguo Puerto Madero S.A.”, la cual llamó a concurso en junio de 1991 para diseñar el barrio ya destinado a nacer. Los ganadores completaron su proyecto conjunto en octubre de 1992.

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Puerto Madero: anteayer, un símbolo del progreso del país; ayer, una muestra de la superación de ese mismo progreso por parte del progreso mismo; hoy, sede de contrastes arquitectónicos y económicos, artísticos y gastronómicos, tecnológicos e ideológicos, urbanísticos y sociales.

El puesto de comidas montado por una agrupación piquetera convive con restaurants y bares de la más alta gama; el armónico e ingenioso reciclado de los antiguos depósitos y demás edificios, se contrapone a construcciones ofrecidas a más de u$s3.500 el m2 y realizadas vertiginosamente; la fuente de las Nereidas confronta su estilo con el Puente de la Mujer; el nuevo yacht club del barrio opone sus veleros a la fragata Sarmiento y la corbeta Uruguay; la Reserva antagoniza sin agonizar con plazas secas y surtidores.

Y el barrio en su conjunto contrasta de un modo peculiar con el resto de la Ciudad, a su vez plagada de contrastes, capital de un país de contrastes.

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Quizás por eso cuesta asumir Puerto Madero como parte de la Ciudad, como parte del país: por lo mucho que se parece a la Ciudad, por lo mucho que se parece al país.

*Ex jugador de Central Buenos Aires

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